¿Eres de Adidas o de Puma? O yendo más allá, ¿dejarías de relacionarte con alguien por apoyar a una marca o a la otra? Parece absurdo, pero es lo que pasó en una pequeña ciudad alemana durante décadas. No ha habido enfrentamiento más despiadado en el mundo del deporte que el vivido entre estas dos empresas.

¿Qué tiene de especial esta historia? Que es un enfrentamiento fraticida, entre hermanos con ideas de negocio opuestas, y que además se alimentó del calor de la fiebre deportiva nazi.

Todo comenzó entre el final del siglo XIX y el principio del XX, en el seno de la familia Dassler. El patriarca, Christoph, venía de una familia especializada en el mundo textil, pero la crisis y la industrialización le llevaron a dedicarse al mundo del calzado. Estaba casado con Pauline y tenían cuatro hijos: Fritz, Rudolf, Adolf y Marie.

Estalló la primera guerra mundial, y los tres chicos tuvieron que ir a luchar. En concreto, al frente belga. Pero por suerte, sobrevivieron al conflicto y pudieron volver a casa, a su ciudad natal, Herzogenaurach, famosa por sus zapatos.

La ciudad, como toda Alemania, sufría una gran crisis económica. Su madre, que tenía una pequeña lavandería en casa, había tenido que cerrar el negocio. Y en ese espacio que quedó libre aprovechó Adolf para montar una empresa de calzado. Inicialmente, contó con la ayuda de su padre, y con los conocimientos que había adquirido en este sector.

Comenzó vendiendo zapatos a sus vecinos. Y el negocio no iba mal. Tanto que acabó uniéndose su hermano mayor, Rudolf. Así nació la empresa Hermanos Dassler, que iba a dominar durante años el mercado.

El problema era que Adolf y Rudolf no se llevaban bien, pero contaban con habilidades muy complementarias. El pequeño era creativo y estaba obsesionado con la fabricación. Mientras que el mayor era sociable, tenía una gran visión comercial y era un gran vendedor.

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Tenían dos obsesiones: fabricar el mejor calzado para jugar al fútbol y el mejor para correr. En los años 20 del pasado siglo el deporte se transformó, pasando de ser un hobbie de la alta sociedad a un fenómeno de masas. Esta tendencia impulsó el negocio de los Hermanos Dassler, que en poco tiempo vio como sus instalaciones se quedaban pequeñas. Tuvieron que mudarse a una nueva fábrica, contratar gente…

Pero la década de los 20 pasó, llegó la de los 30, y Alemania se convirtió en un foco de turbulencias, precipitadas sobre todo por la llegada de Hitler al poder. Ni Adolf ni Rudolf estaban interesados ni metidos en el mundo de la política, pero vieron en la obsesión del nazismo por el deporte una oportunidad comercial. Y no se equivocaron: las ventas se dispararon y el negocio prosperó durante aquel periodo. El mayor de los hermanos hasta acabaría afiliándose al partido nazi…

Pero no fue el único motivo de su éxito. También supieron aprovechar el tirón olímpico. Su debut en estas competiciones se produjo en 1928, en Amsterdam, donde por primera vez atletas alemanes usaron sus diseños. Pero el gran impulso les llegaría en 1936, cuando convencieron al velocista Jesse Owens, protagonista absoluto de aquellos Juegos Olímpicos de Berlín, de que utilizase su calzado. La publicidad para la compañía fue enorme.

El problema era que mientras el éxito en el negocio se disparaba, las diferencias entre los hermanos también crecían. Adolf defendía que sin sus diseños la marca no existiría. Mientras que Rudolf aseguraba que sin su don para las ventas las zapatillas estarían pudriéndose en el almacén. El primero quería fabricar mejores productos, y el segundo vender más y más. Enfrentamientos que se mezclaban con pugnas personales, rumores sobre las paternidades de sus respectivos hijos, acusaciones de robarse el uno al otro…

 

 

La II Guerra Mundial acabó finalmente con la paz familiar y empresarial

Las cosas se complicaron aún más con el estallido de la II Guerra Mundial. Tanto para la empresa como para la relación personal. Rudolf fue llamado a filas, a combatir en Polonia, a pesar de ser el mayor y de superar los 40 años. Las autoridades consideraban, igual que su hermano, que era menos importante para la fábrica.

Adolf se quedó al frente de la compañía, que se transformó para ayudar en los esfuerzos de guerra de Alemania. Como todo el pueblo, se dedicó a hacer desde componentes para misiles a ropa para el ejército. Uno de los cometidos más relevantes de los Hermanos Dassler fue la fabricación de la versión nazi del bazooka estadounidense.

A Rudolf tener que ir al frente le sentó fatal. No solo por tener que estar lejos de su familia, sino por quedarse apartado de la gerencia de la compañía durante tanto tiempo. Tal era su enfado, que llegó a amanazar con cerrar la compañía, solo para que Adolf también tuviera que ir a luchar.

Cuando la guerra estaba llegando a su fin, y con el ejército soviético ya a las puertas de Polonia, Rudolf huyó de vuelta a su ciudad. Coincidió en aquellas fechas la muerte del patriarca, en la que quizá fue la última vez que la familia se mostró unida.

Poco después, los nazis detuvieron a Rudolf por desertor. Y tras quedar libre, fue detenido de nuevo, esta vez por los aliados, gracias a una denuncia anónima.

Desde la cárcel, escribía a su hermano, solicitándole ayuda para salir. Pero sospechando que había sido el propio Adolf quien le había denunciado. Aseguraba que todo era una conspiración para apartarle de la empresa. Pero los estadounidenses tenían suficientes pruebas de que Rudolf estaba comprometido con el nazismo. Fue liberado un año después solo por la imposibilidad de los aliados de comprobar la situación de todos los acusados.

En venganza, Rudolf acusó a su hermano de haber tenido la iniciativa de transformar la compañía en una fábrica de armamento. Sin embargo, Adolf contó con el apoyo de numerosos testigos. Empleados, proveedores… alguno de ellos hasta judíos, que aseguraron que no tenía ningún interés en la política. Incluso destacaron que había usado la fábrica para dar empleo a trabajadores de todo tipo de creencias y religiones.

 

La ciudad de los cuellos doblados

Los dos quedaron libres, pero tras tantas acusaciones y traiciones, la convivencia entre ellos era ya imposible. En 1948 todo estalla.

Repartieron sus pertenencias, reunieron a todos sus empleados, y les pidieron que eligieran con quién querían quedarse. El equipo comercial prefirió seguír con Rudolf, mientras que los obreros continuaron a Adolf. La familia también se vio obligada a tomar partido.

Rudolf y sus seguidores se trasladaron al otro lado del río, a tan solo 500 metros. Y ese mismo año se fundaron las dos nuevas compañías. Adolf creó Adidas, una contracción de Adolf Dassler. Mientras que Rudolf lanzó Ruda (de Rudolf Dassler), aunque después le cambiaría el nombre a Puma, que según dicen algunos, era un apodo que había recibido en su juventud.

¿La nueva situación resolvió los problemas? Al contrario, hizo la rivalidad más profunda y la trasladó a todos los habitantes de la ciudad. Había que ser de Adidas o de Puma. Y cada uno tenía sus bares, e incluso sus clubes de fútbol. Y como los Capuleto y los Montesco, las bodas entre enemigos estaban prohibidas.

De hecho, se le llamaba ‘la ciudad de los cuellos doblados’, porque los vecinos miraban al suelo para ver qué zapatillas calzaba el otro antes de saludar.

La rivalidad, por supuesto, se trasladó a los negocios. Uno de los grandes objetivos de los Dassler siempre fue calzar a la selección alemana de fútbol. En 1954 volvía a jugar un mundial. El entrenador le pidió a Rudolf que le pagase 1.000 marcos al mes para utilizar sus productos. Una cifra que al dueño de Puma le pareció muy elevada, así que rompió la negociación. Un error que Adolf supo aprovechar, accediendo a las demandas del seleccionador. Se dio la circunstancia de que Alemania salió campeona, en un terreno embarrado donde las zapatillas Adidas demostraron su eficacia. Un auténtico golpe sobre la mesa.

Los Juegos Olímpicos de Melbourne, en 1956, marcaron un nuevo hito en la rivalidad, con los hijos entrando por primera vez en la disputa. Horst, primogénito de Adolf, demostró tener una gran visión para los negocios, aunque sus métodos no siempre fueran los más limpios. Lo demostró en Australia. Los cargamentos de material deportivo estaban retenidos en aduanas. Horst le pidió a los atletas que trabajaban con Adidas que escribiénsen a la autoridad portuaria para que liberasen el cargamento. Y mientras tanto, por otro lado, se aseguraba de que el calzado de Puma quedase atrapado. Aprovechó para regalar su material a todos los deportistas. No les quedó más remedio que calzar Adidas.

Armin, el hijo de Rudolf, trató de devolver el golpe en los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960. Convenció al gran velocista del momento, Hary, para que corriera con zapatillas Puma. ¡Ganó la carrera! Imaginaos la situación. La alegría en la compañía era enorme… al menos durante unos minutos. Exactamente, los que pasaron hasta que Hary fue a recoger la medalla de oro. Y en vez de ir con sus botas Puma… calzaba unas zapatillas de Adidas. Juró y perjuró que había sido un descuido.

Los grandes éxitos en aquel momento para Puma llegaron gracias al fútbol. Logró fichar para su marca a Eusebio, y sobre todo a Pele. Armin lo convenció a pesar de haber acordado con sus primos que no competirían por la gran estrella brasileña. Fue la gota que colmó el vaso, y lo que definitivamente trasladó el odio a los descendientes de Adolf y Rudolf.

En realidad, el acuerdo con Pele fue una ruina, por el elevado caché del futbolista. Pero el brasileño no dejó lugar a dudas. Antes de hacer el saque inicial en la final del Mundial de 1970 se agachó y se ató lentamente los cordones de sus botas. Todo el mundo vio que calzaba unas Puma.

En 1974, Puma convence a la gran estrella del momento para calzar sus botas, Johan Cruyff. Logra además que este borre en su camiseta una de las rallas de adidas, que era la marca que vestía a la selección holandesa.

En el siguiente campeonato, celebrado en 1978, Adidas ya es la primera marca. Pero para entonces la lucha por el trono suma dos nuevos aspirantes, las marcas norteamericanas Nike y Reebok.

En la década de los 70, con la pugna en uno de sus momentos más álgidos, murieron ambos fundadores. Rudolf en 1974, y Adolf en 1978. Armin trató de mediar para que se reconciliasen, para lo que contó con el apoyo del cura del pueblo. Pero no hay constancia de que se produjese ningún encuentro. Salvo sus respectivos chóferes, que aseguran que seis meses antes de morir Rudolf los enemistados hermanos se vieron una tarde en la cercana Nuremberg. Ni familia, ni amigos, ni empleados se habrían enterado. Ambos están enterrados en el cementerio de Herzogenaurach, pero cada uno en una punta.

La dura competencia, algunas decisiones erróneas, la mala suerte (Horst Dassler, el heredero de Adidas, muere en 1987 con tan solo 51 años)… provocan que a finales de la década de los 80 sendas compañías sean vendidas a grupos extranjeros. Actualmente ambas pertenecen a conglomerados franceses.

En la actualidad, Adidas es la segunda marca deportiva más importante del mundo, mientras que Puma ocupa el tercer lugar. Siguen peleando por equipar a los mejores deportistas del planeta, pero también por vestir a artistas y famosos, en general.

 

Fuente: El Economista